domingo, 20 de diciembre de 2009

cultura de la inmovilidad

Las estatuas como los maniquíes son una invitación permanente a pensar por ellas. En los delirios se podrá ir mas lejos de sus representativas inmovilidades. Ellas y ellos cautivan en un mostrador, en una vitrina o en un pedestal sin poder escapar de su involuntario cautiverio. Sin posibilidad de redimir sus individualidades cumplen, la condena de la bestia enjaulada, con los agravantes sentenciados por sus jueces naturales. Movimientos hieráticos, danza inmóvil, silencio absoluto. Inmóviles utensilios condenados al cuarto de trebejos o al deterioro de la intemperie de plaza pública, a las capas de polvo en las bodegas y a las fiorituras de las telas de araña. Sótanos o basureros como destino final.



Ni llorar logran como tampoco pueden los muñecos de año viejo condenados a la hoguera para el goce pagano entre lo viejo y lo nuevo de los años vìctimas de un rito de purificaciòn casi colectivo.




Santos de parroquia en procesión o en despachos contorsionando o levitando en los hombros de cargueros.




Maniquí, estatua, escultura, indeclinables exponentes de la cultura de lo inmóvil. Pensamos por ellos como iconos representativos que provocan sentimientos de actitud, vanidad y fantasías demenciales. Las estatuas sin cabeza transmiten menos que las estatuas de pies descalzos, menos que las de torso desnudo y mucho menos que los espantapájaros. Estos, con menos suerte que los títeres no cubiertos por la inmortalidad. Por su quietud son màs que miles de seres humanos condenados al anonimato o al olvido.




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