jueves, 14 de enero de 2010

Podré pensar en la ejecución de una danza pagana en medio de la celebración de una eucaristía en un templo católico. Un coro de niños cantaba al ritmo de la ejecución de una rutilante música instrumental ejecutada por músicos del mismo grupo. Un angelito, de luz, agitando un velo y las palmas rutilando con la magia imperceptible, confundida, discreta y escondida dentro de la algarabía de la gente reaccionando con verdadero frenesí y una locura colectiva que nos sacaba de la concentración. El éxtasis nos permitía retomar el hilo de tal manera que las escenas quedaban grabadas con la plenitud de lo vivido. Lo que cada uno dijo, lo que cada uno actuó, los gestos, las expresiones de un rostro colectivo, los ademanes….
Después, al mucho rato, en la cafetería de siempre estaba sentada Clara Luz en una mesa que parecía un pequeño altar. Cuello de bandeja y los hombros al descubierto amparando unos senos pequeños agachados como un par de ovejas pastando en un vientre sugiriendo las voluptuosas ondulaciones de formas sinuosas sugeridas con una vehemente maestría.
A Indiana Jones lo marcaba el sombrero, el bigote lo delataba, el cabello rojizo lo identificaba, las piernas largas lo hacían parecido a Eneas el de las tiras cómicas, las manos huesudas y la complexión física le venían como anillo al dedo a su camisa de cuadros y a sus bluyines americanos. Se busca. Le dije que en cualquier parte era un perseguido político menos aquí en donde con toda seguridad terminaría volviéndose un intolerante perseguidor.
Los aplausos son para el creador dijo la directora cuando terminó la actuación de los niños cantores, músicos y danzantes del templo.

Días después fui hasta la Feria del libro. Estuve confundido durante horas en el interminable torrente de una concurrencia colmando todos los rincones y cerrando filas en torno a las naturales expectativas de un evento en el que toneladas de papel encaraban la avidez del libro. Compulsos compradores, buenos precios, hallazgos insólitos y curiosos sumaban al lastre de quienes todavía soportamos el karma del peso de una biblioteca congestionada, abarrotada, atiborrada de libros en actitud de espera.
Caíamos en la tentación de seguir comprando. Un libro aquí, un paquete de varios volúmenes allá, una promoción de revistas ahí. Un movimiento colectivo y una enloquecedora circulación en todas direcciones de enormes cajas, paquetes, mochilas en las manos de cada visitante a lo mejor acosados, como yo lo estuve, por el exceso en los volúmenes de las compras.

En adelante habrá necesidad de arrojar el lastre y aligerar la carga que durante años he cargado.

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